Ayer estuve triste

Los sábados suelen ser días bonitos. El vernos alejados de los estudios o el trabajo nos permite disfrutar de lo que la sociedad ha diseñado para cada individuo. Aproveché la tarde de ayer para ir al cine y no ver, sino analizar y reflexionar sobre Mientras dure la guerra, la nueva película de Alejandro Amenábar. Digo analizar y reflexionar porque creo que al igual que los libros no se pueden leer, las películas no se pueden ver. Todo aquello que no esté acompañado de reflexión y análisis es comparable con lo que podrá hacer un robot dentro de poco, si es que no lo hace ya.

Como intento de filólogo y amante de la historia, he de decir que disfruté mucho de la película, pero no es mi intención hablaros mucho de ella y destriparos el argumento. La película se centra en la figura de Don Miguel de Unamuno y el comienzo de la guerra civil española, ingredientes suficientes para querer probar el pastel.

Durante la proyección olvidé eso de que era un bonito sábado, y un sentimiento de tristeza me invadió. Es necesario resaltar que la película me la sabía antes de verla, ya que tanto Unamuno como la guerra civil española son mis mayores debilidades en cuanto a filología e historia se refiere. ¿De dónde viene la tristeza? De la ignorancia y el desconocimiento.

Llevo muchos años estudiando la guerra civil, pero siempre que leo o veo algo relacionado sobre ella me digo lo mismo que la primera vez: «¡Esto ocurrió hace 80 años! ¡Muchos de nuestros abuelos ya habían nacido!». Me apena saber que la gente dice que eso ocurrió hace mucho tiempo, que no hay que mirar atrás. ¡80 años! ¡Mucho tiempo! En la Fórmula 1, medio segundo es un mundo; pero en la historia, 80 años son un abrir y cerrar de ojos, y más cuando a ese episodio le sigue una dictadura que dura 40 años. Por ello, el estudio de la historia debe de gozar de la importancia que merece, ya que es un instrumento que nos acerca a la verdad. El problema que me entristece es que sé que esto va a peor; que solo un cambio radical puede restaurar el valor de la historia, la filosofía y demás ramas que ejercitan la mente. El pueblo está más dormido que nunca y los de arriba están conscientemente desenchufando el cable que nos mantiene con vida.

Los sábados son días bonitos, pero hoy en día cualquier jornada que esté acompañada de reflexión se convierte en un día triste y apagado.